domingo, 4 de octubre de 2020

EDUCACION EN LA FE CRISTIANA EN LA FAMILIA

 “El sistema de educación establecido en el Edén tenía por centro la familia. Adán era ‘hijo de Dios’ (Luc. 3:38), y de su Padre recibieron instrucción los hijos del Altísimo. Su escuela era, en el más exacto sentido de la palabra, una escuela de familia” .

Y, aunque no sabemos exactamente lo que se enseñaba, podemos estar seguros de que se abordaban las maravillas de la Creación y, después del pecado, el plan de redención.

 “El sistema de educación instituido al principio del mundo debía ser un modelo para el hombre en todos los tiempos. Como una ilustración de sus principios, se estableció una escuela modelo en el Edén, el hogar de nuestros primeros padres” .

La educación cristiana es un compromiso con el aprendizaje de las fa-milias y sus miembros sobre doctrina, adoración, instrucción, camaradería, evangelización y servicio. El hogar es donde conferimos a los miembros de la familia el amor y las promesas de Dios. Es donde los niños aprenden de Jesús como su Señor, Salvador y Amigo, y donde se ensalza la Biblia como la Palabra de Dios. La familia es donde demostramos cómo es una relación saludable con nuestro Padre celestial.
En Génesis 4:1 al 4, tanto Caín como Abel llevan sus ofrendas al Señor. Seguramente, podemos suponer que aprendieron el significado y la importancia de las ofrendas como parte de su educación familiar con respecto al plan de salvación. Por supuesto, como muestra la historia, una buena educación no siempre conduce al tipo de resultado que esperamos.

Los padres cristianos tienen la obligación moral de brindar un modelo bíblico de Cristo y de la iglesia con su comportamiento y su forma de ser. La relación matrimonial es una analogía de la relación de Cristo con la iglesia. Cuando los padres se niegan a guiar, o si guían de manera tiránica, están pintando una imagen falsa de Cristo a sus propios hijos y al mundo. Dios ordena que todos los padres cristianos enseñen diligentemente a sus hijos (ver Deut. 6:7). Los padres tienen la responsabilidad de enseñar a sus hijos a amar al Señor con todo su corazón. Deben enseñar el temor del Señor, una total y amorosa devoción y sumisión a él.

Por lo tanto, la enseñanza que debemos dar es un hecho proactivo y continuo, en el que vertemos la verdad de Dios en nuestros hijos y los pre-paramos para su propia relación con Cristo.

No obstante, a todos se nos ha dado el sagrado don del libre albedrío. Finalmente, cuando sean adultos, nuestros hijos tendrán que responder por sí mismos ante Dios.

“Sobre los padres y las madres descansa la responsabilidad de la pri-mera educación del niño, como asimismo de la ulterior, y por eso ambos padres necesitan urgentemente una preparación cuidadosa y cabal. Antes de aceptar las responsabilidades de la paternidad y la maternidad, los hom-bres y las mujeres deberían familiarizarse con las leyes del desarrollo físico [...] deberían comprender también las leyes del desarrollo mental y de la educación moral” .

“La cooperación debería empezar con los padres en el hogar. Comparten la responsabilidad de la educación de los niños, y deberían esforzarse constantemente por actuar juntos. Entréguense a Dios y pídanle ayuda, para sostenerse mutuamente. [...] No es probable que los padres que imparten esta educación critiquen al maestro. Piensan que tanto el interés de sus hijos como la justicia hacia la escuela exigen que, tanto como sea posible, apoyen y honren a aquel que comparte su responsabilidad” 




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